La
historia siguiente, contada por el Rabino YehudaSamet,
nos hace ver lo importante que es juzgar favorablemente a los demás.
Cualquier
lista importante de los artistas más aclamados de los años 80,
tendría que incluir entre los primeros a Raquel Stein. En sólo
un año, las retrospectivas de Raquel Stein llegaron a adornar las galerías
del Museo de Arte de Filadelfia, del Museo Hirshhorn de Washington y la Galería
Tale de Londres, siendo consideradas como las obras más interesantes
que un artista haya exhibido. Todos sus cuadros recibían el aplauso de
los críticos del mundo artístico: ya sea de revistas, galerías
o casas de remate. Ningún artista había logrado, desde los tiempos
del legendario Edwin Lanseer, combinar el fulgor Victoriano con una lucidez
tan excesivamente sentimental. Los contornos curvilíneos de la escuela
renacentista combinados con el espectro de colores brillantes atribuidos a la
escuela impresionista, proyectaban un realismo idealista nunca captado antes
con tanta coherencia.
Al igual que su tutor Lanseer, cuyas visiones tan realistas de piel, plumas
y aletas hacían de él un semidiós de la cultura popular,
Stein también centró sus obras en animales, especialmente perros.
En cierto sentido, fue aún más grandiosa que Lanseer, dando a
su pintura una cierta suavidad, un toque femenino.
Era una sensación que llegaba al corazón y hacía manar
lágrimas de los ojos. Era un toque que transmitía amor e inocencia,
no tanto en forma externa sino más bien como un sentimiento interior.
Proyectando ideas sobre jerarquía social y decencia en animales, satirizando
principalmente que las divisiones de la sociedad siguen un orden natural, Stein
proporcionaba una nueva perspectiva sobre la condición canina y, por
tanto, la condición humana.
El arte puede ser la expresión de la naturaleza, pero los perros son
la expresión misma de la moralidad humana. Los canes tienen tendencia
a reflejar los mejores aspectos de la Humanidad: amistad, fidelidad, tenacidad,
valentía y bondad. Raquel expresó esos rasgos en los ojos de sus
perros. Puso tanto patetismo moral en esos ojos color ámbar de un galgo,
como los pintores Victorianos en sus versiones del último acto de "Romeo
y Julieta".
La destreza antropopática de Stein se extendía a cada detalle
de sus temas, de manera que el brillo de un perro lobo, con su pelaje bien cuidado
y su postura erguida parecía representar fielmente esa rigidez tan común
en el aspecto de la nobleza europea. Esta habilidad única resultaba en
una "explosión artística" sin precedente de excitación
por cualquier cosa asociada con este santo patrón de los devotos de Lanseer.
Misteriosamente, en la cumbre de su carrera, cuando cualquier tela en que ella
pasara un pincel adquiría calidad y valor, ¡Raquel Stein se esfumó!
No dejó dirección alguna, ni carta a sus amigos y admiradores,
ni ninguna explicación por su desaparición.
No más rostros peludos asomándose de sus casitas, ni cocker spaniels
perezosos estirándose bajo los primeros rayos de sol; no más labradores
brincando o montones de poodles jugueteando en el pasto. Su ausencia no permaneció
desapercibida obviamente por mucho tiempo.
Corrían rumores de que ella se había retirado a un canil por un
año sabático a observar más de cerca las idiosincrasias
del reino canino, Pero no era así.
En verdad, lo que sucedió fue que Raquel descubrió que
si bien el arte podía expresar la vida, no podía darle sentido.
Después de una gran búsqueda interior, comenzó a buscar
una Identidad religiosa. Empezó por el judaísmo y no fue nunca
más allá. Inconscientemente en un principio, Raquel descubrió
en la observancia de las mitzvot un propósito y significado que no había
experimentado jamás. Además, concluyó que su inspiración
para pintar era esencialmente divina. Creía sinceramente que la observancia
del judaísmo reforzaría y aseguraría la continuidad de
esa inspiración.
El llegar a ser religiosa no rué una tarea fácil para ella. Comenzó
a visitar familias ortodoxas en Brookiin y se sintió atraída por
su calidez humana y su fervor espiritual. Fue gradualmente encontrando su forma
de vida como algo fantástico, irresistible. Su mente le hizo ver que
al entregarse a la religión, debía abandonar su exitosa carrera
en ese mismo momento. Se imaginó casada, con diez hijos en un pequeño
departamento y un shmatte en la cabeza.
Su corazón le dijo que su lujosa suite, sin contar las salidas a restaurantes
ni sus encantadores amigos, no hacían de ella una persona mejor o más
sabía. Llegó a estar obsesionada en vivir una vida provechosa,
con sentido, debía vivir como judío observante, así como
lo habían hecho sus abuelos y bisabuelos.
Sin hablarlo con nadie, Raquel comenzó a leer, estudiar y luego a aprender.
Cuando se puso a practicar el judaísmo, comprendió que el único
lugar en que podía vivir era Israel, la tierra de sus antepasados.
Raquel cambió el mundo del arte y del dinero por el universo de la Tora
y de las mitzvot. Compró un departamento en el sector Mekor Baruj de
Jerusalén y canalizó su impulso artístico hacia su nuevo
amor por el judaísmo de la Tora. Comenzó a asistir a seminarios
para mujeres y llegó a encontrar repugnantes sus antiguas ansias de prestigio
y gloria. Ya había tenido su cuota de fama y ahora prefería una
vida modesta.
Cuando sus amigos más íntimos supieron de esta nueva pasión,
no pudieron creerlo. Partieron a buscarla para persuadirla de que se tomara
un largo descanso en la Riviera Italiana, ¡para que pudiera volver a sus
cabales!
Pero Raquel no se había sentido nunca tan sana como lejos del medio artístico
y absorta en el mundo de la observancia de la Tora. Comprendió que D'
s la había dotado de un talento excepcional por algo. Ella era quien
tenia que descubrir cómo utilizarlo para servir a D' s.
Al principio, Raquel restringió su pintura a trabajos muy simples, con
poco contenido emocional. Luego, fue adquiriendo un rol más catártico,
al ir ella dando solución a los conflictos que tanto afectan a alguien
que cambia su vida mundana por un mundo de santidad. Finalmente, la pintura
se volvió una necesidad económica, al darse cuenta de que sus
economías estaban por acabarse.
Lo que sí no sabía era que estaba a punto de pasar por una crisis,
por un tipo de prueba para determinar su destino y su futuro, no como artista,
sino como judío observante.
Todo comenzó bastante inocentemente. Cada cierto tiempo, generalmente
con algunas semanas de intervalo, terminaba un cuadro y lo llevaba a enmarcar
a una tienda no muy lejos de su departamento. Los propietarios. Aviva y Ophir
Réguev, seguían sus instrucciones al pie de la letra. Después
de todo, no era frecuente tener un cliente que fuera talentoso y constante.
Un día, Raquel, quien ahora prefería la palabra hebrea "Rajel",
llevó dos cuadros a casa de Ophir. Estaba prácticamente sin dinero
y esperaba que esas obras mejorarían su situación financiera.
"Tenga, por favor, mucho cuidado con éstos", pidió nerviosa.
"Me servirán a cubrir mis gastos para algunos meses".
"Haré todo lo posible. Vuelva en unas dos semanas más",
contestó Ophir.
Al salir de la tienda, Raquel se detuvo en la vereda y recordó que había
olvidado pedir un recibo. Una voz interior le decía: "Tú
realmente no conoces a los propietarios. ¡Si no pides recibo puedes tener
problemas!" Pero luego desechó rápidamente la idea, considerándola
como una forma de paranoia que afecta a los artistas que dan demasiado tiempo
y trabajo a una obra y luego ponen su creación en manos de un extraño.
Cuando
volvió a las dos semanas a buscar los cuadros, Raquel abrió el
envoltorio para examinar el trabajo. Vio la primera pintura rodeada de un marco
dorado que hacía contraste con un pasepar-tout verde. "Se ve bien",
pensó, "¿pero dónde está el segundo cuadro?"
"¡No está aquí!", gritó involuntariamente.
"¿Qué no está aquí?", preguntó Aviva.
"¡Mi pintura! Usted sabe, la pintura con los collies. ¿Dónde
está?"
"Usted debe de estar equivocada. Sólo nos dio una pintura."
"No. ¡Les di dos! Lo sé".
"Por favor, cálmese y déjeme ver su recibo",
"¡No tengo recibo! Su marido no me dio."
"Mi marido no está aquí en este momento. Pero si usted tiene
un poco de “savlanut", él debería volver luego".
En Israel, unos "pocos minutos" caen dentro de los parámetros
de media hora a cien años. Generalmente, Rajel no se alteraba. Esos veinte
minutos de espera fueron los más largos de su vida.
Por fin, Ophir llegó. Sacó unas pocas bocanadas de su cigarrillo,
saboreando unos pocos minutos más de placer, antes de entrar a la sala
que servía de galería y de recepción. Saludó amistosamente
a Raquel con la mano, sin darse cuenta de su ansiedad, puesto que su esposa
le dijo de inmediato:
"Ophir, ¿no has visto la pintura de esta dama? Dice que trajo dos
telas, pero aquí sólo hay una y no tiene recibo".
"No recuerdo una segunda pintura, ¿Usted está segura?",
preguntó pacientemente a Rajel.
"¡Claro que sí! ¡Debe estar aquí!", replicó.
"Si usted la dejó, hubiera recordado haberla enmarcado. Vea por
favor en su casa. Usted la dejó seguramente en otro lugar".
"¿Yo? ¿Por qué me culpa a mí? Traje dos pinturas
para acá. ¡Y usted las tomó!"
"Escuche, tome su cuadro y váyase a casa. Estoy seguro de que la
otra ya aparecerá", dijo condescendientemente.
"No me llevo una pintura sino dos. ¡Y es mejor que me encuentre la
otra antes de que yo vuelva!", amenazó Rajel. Estaba tan desesperada
que no pudo seguir protestando. Salió furiosa de la tienda dando un portazo.
Iba, sin embargo, con las manos vacías.
Una Raquel Stein totalmente afligida caminaba de un lado a otro en su departamento.
Su imaginación pasaba de ansiedad a frustración y comenzó
a sospechar lo peor.
"Debe ser que encontraron una ocasión para engañarme. Estoy
segura de que vendieron mi pintura. Eso explica por qué no me dieron
recibo. ¿Pero, por qué tenía que pasar ahora, cuando estoy
sin un centavo? ¿Por qué parecían ser tan honestos antes?".
Rajel tomó el teléfono para llamar a la policía y luego
volvió a colgarlo. "Nunca me creerían sin recibo. Una americana
"datí" contra dos sabrás. Olvídalo".
Su mente comenzó a recordar los últimos dieciocho meses.
"Quizás debería abandonar la idea de ser religiosa, dejar
todo y volver al mundo que conozco mejor. ¡Allá sabía por
lo menos quiénes eran deshonestos! ¡Esto es Israel,
por D' s, y se supone que Israel es diferente!".
Los pensamientos iban hilvanándose en su mente, poniéndola cada
vez más impulsiva. Buscó desesperadamente una forma de detenerse,
de calmarse.
De repente, hubo una idea en su mente, como un llamado celestial. "Hay
una mitzvá", se dijo Rajel resuelta, "dan lecaf zejut,
juzgar favorablemente". Se sentó en una silla determinada
a no pararse hasta no encontrar algún zejut que le permitiera no acusar
a los Régev.
Se puso a reflexionar pero su mente rehusaba obedecer. Los hechos, conjuntamente
con el haber perdido su pintura bloqueaban su capacidad de razonamiento en ese
sentido. Finalmente, la naturaleza artística de Rajel, su capacidad de
ver las cosas con mayor agudeza que los demás, desde un punto de vista
multifacético, le dio una idea.
"Juzgar favorablemente significa que debe haber habido algún error.
¡Deben de haber enmarcado ambas pinturas juntas!"
decidió al fin. Pero la idea le parecía totalmente absurda: Ni
alguien que no fuese experto haría algo así. Pero mientras más
pensaba en ello más se convencía de que era la única explicación
posible.
Se paró triunfante de su silla y partió a la tienda, segura de
que encontraría su segunda pintura pegada a la primera. Cada paso que
daba reforzaba la idea en su mente.
Sin embargo, al llegar, ya no confiaba tanto en su razonamiento. Sólo
tenía el coraje de sugerir que se buscara más a fondo.
"Estoy segura de que mi segunda pintura está aquí".
Pidió por favor a Ophir y Aviva que la dejaran dar una mirada.
"Si usted quiere", contestó fríamente Aviva. "Pero
si mi esposo dice que no la tenemos, no la tenemos".
Ahora era el turno de Rajel de ser fría y metódica. Revisó
las pinturas y los marcos uno por uno. Sólo le quedaban diez cuadros
y estaba con el ánimo en el suelo.
"¡Debe estar aquí!", se dijo. Pero no estaba. Entonces
decidió emplear el "Plan A"; era su última esperanza.
"¿Podría ver mi pintura, por favor?" preguntó
firmemente Rajel, sin aludir a los cuarenta y cinco minutos que había
pasado buscando en vano.
Colocaron silenciosamente su pintura en el mesón. "Me gustaría
que usted abrirá el marco, por favor", pidió cortésmente.
A esas alturas, los Régev estaban seguros de que Rajel quería
hacerlos caer en una trampa. Ophir dijo entonces: "Si usted cree que después
que abra el marco puede sacar su pintura y llevarla a otro lado sin pagarme,
usted está equivocada".
"Ábralo", insistió Rajel. La atmósfera se puso
densa. Rajel sentía la tensión en sus hombros. "Juzgar
favorablemente", se repetía sin cesar.
Ophir sacó su cuchillo, sus tenazas y su desatornillador. "La advertí",
dijo antes de insertar la cuchilla. Luego sacó el tornillo que mantenía
el cable para colgar y corrió los clavos hacia el borde del marco. Volvió
entonces a insertar el cuchillo para cortar el papel de atrás.
El borde de madera que mantenía estirada la tela de Rajel cayó
sobre el mesón.
Rajel tomó entonces su pintura, la tuvo entre los dedos nerviosa, suspiró
aliviada y sonrió. ¡Las dos pinturas estaban pegadas juntas
y hacían una sola!
"¡Baruj Hashem!", dijo agradecida.
"¿Por qué... Cómo... Cómo pudo suceder algo
así? ¿Cómo sabía usted?", preguntó Ophir,
un poco avergonzado, sorprendido.
"La Tora nos dice que debemos juzgar favorablemente a los demás,
y traté de cumplir con la mitzvá. Sin embargo, parecía
haber tanto en su contra. Primero, usted no me dio recibo. Luego negó
haber visto mi segunda pintura. Yo no podía encontrarla."
"Debía no obstante venir para acá con una explicación
ética que los absolviera de culpa. Finalmente, ésta era la única
solución posible, aunque pareciese incoherente."
"Esto me enseñó que juzgar favorablemente a los
demás no es algo sin sentido: muchas veces, surge así la verdad.
Ahora sólo debe decirme cuánto le debo por el enmarcado y me voy".
Ophir y Aviva estaban pasmados. Cuando por fin recobraron la palabra, el respeto
y la admiración que sintieron por Rajel y su fe en los mandamientos los
inspiraron a observar y contar a los demás la mitzvá de "dan
lejaf zejut".
Extraído de la revista "El Kolel" con autorización de
sus editores
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