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בס"ד
El camino hacia la tranquilidad
“cuando Hashem ensanche… tus límites”
(Devarim 12,20)
La paz y la tranquilidad fueron cosas que formaban parte de la vida de
nuestros padres y antepasados. A pesar de las condiciones de vida tan
difíciles, ellos vivían tranquilos y felices. ¿Dónde podemos encontrar hoy esa
tranquilidad? Un descanso para el alma, una satisfacción. ¿Cuál fue el secreto
que ellos poseían y cómo podemos alcanzarlo?
La primera respuesta: la fórmula para conseguir la tranquilidad es la
fuerza de la fe. El Nombre de Hashem estaba presente siempre en sus bocas.
Cuando se presentaba una alegría, sabían reconocer y sabían agradecer a Hashem.
Y cuando, Jalila, llegaba un traspié o un sufrimiento, recibían el castigo con
amor, y todos sabían decir (no solamente en las historias de Najum): “Gam Zu
Letova”, también esto es para bien, y rezaban por la Salvación que
nos mandará Hashem…
Ellos sabían bien que somos hijos de Hashem, nuestro D-s, y cuando un
hijo está sentado en la mesa con su padre, no tiene de qué preocuparse, salvo
de una cosa, atender bien a su padre y caerle en gracia, para que su padre le
dé su bendición y abra su mano dándole todo lo que le tiene para dar…
Pero, si la fe está un poco floja, Jalila, y el hombre piensa que él
hace y deshace, que él consigue y él obtiene ganancias, no resulta difícil ver
que no encuentra paz ni tranquilidad. Porque está buscando conseguir más y más,
y así, se come a sí mismo. Cada tropiezo significa un fracaso personal que le
saca toda posibilidad de obtener la paz. Y si consigue “cien”, quiere
“doscientos”, nunca estará feliz, siempre estará desconforme con cualquier cosa
que haya alcanzado.
Cuentan sobre un sabio, que estudiaba Tora a pesar
de tener una situación económica muy exigida. Uno de sus parientes fue a
visitarlo a su casa pero él no estaba allí. La pobreza se reflejaba en cada
rincón de la casa. Estaba a la vista que no podía encontrarse en esa casa, ni
siquiera una moneda de cinco o diez centavos...
La esposa del sabio estaba desconsolada y triste por su situación. El
pariente corrió a buscar al sabio al Beit Hamidrash, y lo encontró allí,
sentado, estudiando Tora. Su rostro brillaba, se veía feliz, satisfecho,
radiante…
Le dijo: tu esposa está destruida, derrumbada, y tú, ¿por qué estás tan
feliz?
El sabio le contestó con picardía en sus palabras: ella tiene razón y yo
también tengo razón. Voy a explicarte. Ella tiene razón, ya que,
lamentablemente, sus ojos se posaron en mí, un hombre pobre. Y yo, soy de carne
y hueso, ¿qué puedo hacer para ayudarla? Por eso, ella sufre…
Pero yo también tengo razón, mis ojos están puestos en el Cielo, y
Hashem puede hacer todo, tanto sea dinero, oro, plata, ¿cómo no voy a estar
feliz?
Mientras hablaba, una de las personas más honorables de la comunidad,
entraba con una carta escrita y firmada por todas las familias adineradas que
le ofrecían un cargo y una muy buena ganancia para este hombre sabio…
Vemos que la fe, es una de los factores que traen la felicidad.
Pero para la paz y la tranquilidad había otra causa, no menos
importante.
Nuestros ancestros eran muy sabios: ¿quién es el sabio?, el que
conoce su lugar (Sanhedrin 4,4). En la comunidad había
personas ricas y otras, con abundancia, pero no podían llamarse ricas. Había
gente de clase media y también personas pobres, tal cual como en cualquier
comunidad o agrupación de gente.
La persona de clase media sabía que no era una persona rica, y el pobre
sabía que no tenía opulencia. Cada uno vivía de acuerdo a sus ingresos y a sus
posibilidades, cada uno estaba feliz con su destino. El pobre viajaba a pie, el
trabajador usaba el transporte público, el opulento alquilaba un carruaje, el
rico viajaba en su propia carroza.
¿Quién soñaba con un auto particular y con un segundo automóvil en cada
familia? Y menos en cambiarlo cada vez que la sociedad hiciera presión
psicológica sobre algún miembro de la familia…
Sobre esto dice la Guemara (Suca 51b) que en el Beit
Hakneset de Alejandría, los zapateros estaban sentados en un sector, los que
trabajaban el oro en otro sector, etc., ¿por qué? Para que no aparezca la
envidia o la competencia, así, cada uno estaba sentado junto al que está en su
misma situación…
Y encontramos en otra Guemara (Julin 84a), que relaciona
el tema con nuestra perasha “cuando Hashem ensanche… tus límites… y dirás que
quieres comer carne”. La Tora nos enseña buenas costumbres, que la persona
sienta deseos de comer carne solamente cuando sienta que Hashem le dio
riquezas. O sea, si el hombre tiene un poco de dinero, que compre verduras. Si
tiene más dinero, ahora ya puede pensar en comidas. Si Hashem le dio más
bendición, comerá carne. Y cuando se convierta en un hombre rico, podrá
finalizar su comida con algunos postres…
La persona que se conduzca de esta forma, podrá vivir con tranquilidad.
Puede reírse. No se preocupará porque no tendrá deudas ni tampoco tendrá que
pagar deudas. Paga en efectivo y jamás pagará en cuotas. No traga más de lo que
está a su alcance…
Se parece mucho, a la forma de vida que hemos
olvidado un poco en nuestros días. Hay una presión constante
que proviene de las cadenas de supermercados. La publicidad lava los cerebros
de cualquier persona. Nos hace sentir que todo nos hace falta, que todo lo que
tenemos ya está viejo o no puede funcionar. Hay que cambiar una y otra vez. Las
señoras empujan a sus maridos: “las cosas se rompen”, y debemos cambiar. Pero
la necesidad de cambiar surge o por la publicidad, o porque mi vecino cambió y
yo no cambié. ¿Por qué ellos cambiaron el automóvil y nosotros no? Y vemos por
el balcón de nuestra casa que llega un camión con una heladera “último modelo”
para nuestro vecino. Nosotros debemos tener todas las cosas que no podemos
comprar porque el dinero no nos alcanza, pero hay un factor que nos domina: que
otros lo tienen. Ahora debemos trabajar más horas, comprar en cómodas
cuotas y pagar intereses. Entonces, ¿resulta difícil entender por qué estamos
así?, ¿puede asombrarnos que la sonrisa haya desaparecido de nuestros rostros?
Volvamos
a la forma de vida de nuestros padres, y la paz y la tranquilidad volverán a
nuestras vidas.
Traducido del libro Maian Hashavua.
Leiluy Nishmat
Israel Ben Shloime z”l
Lea (Luisa) Bat Rosa Aleha
Hashalom
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