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בס"ד
LA CARCEL
“Y por robar, será vendido”
(Shemot
22,2)
Contó el rab hagaon Iaacov Galinsky ztz"l: un hombre va por
el camino y el hambre lo acosa.
Saca un durazno de su bolso, se come el fruto y arroja la semilla.
Tres años después, vuelve a pasar por el mismo lugar, y para su
sorpresa, se encuentra con un árbol de duraznos, un duraznero, colmado de
duraznos que florecieron a partir de aquella semilla que arrojó al piso,
después de comerse el fruto.
Pasaron unos años más, y al volver a pasar por ese lugar, se encontró
con una huerta llena de durazneros, que brotaron a partir de ese primer árbol.
Y el reino de los cielos puede compararse al reino de la tierra, o sea, los
asuntos espirituales con los asuntos materiales (Ran, Sanhedrin 10b).
Un hombre enuncia una proposición, hace escuchar una idea, y se va, desaparece.
Aunque eso es lo que él supone, que no dejó nada, pero los frutos y los frutos
de los frutos están a la vista.
Me invitaron a realizar una serie de conferencias en la
cárcel de Ramla. Me advirtieron que debía llevar conmigo mis documentos, de lo
contrario, no podría salir jamás de allí.
Después pude saber, que tampoco era fácil entrar sin documentación.
Cuestionarios, investigaciones, preguntas y más preguntas. Finalmente me anunciaron:
el camino está abierto. Salgan al patio que está al fondo del pasillo, la
primera de las salas a la derecha…
Dije: muy bien, pero, antes de comenzar, quería conversar con el
encargado de la cárcel.
Lo llamaron y le informaron sobre mi pedido: en estos momentos no está
libre, es imposible para él dejar alguna de sus ocupaciones.
Yo tampoco estoy libre, mi tiempo es muy valioso, y no creo que sea
menos valioso que el tiempo del encargado de la prisión.
Espere un momento, me dijeron, y llamaron otra vez al encargado. ¿Por
qué asunto es? preguntó esta vez.
Estoy aquí respecto a la conferencia que debo dictar hoy frente a los
presos. Así que por favor, llamen al encargado por tercera vez y conseguiré el
permiso. Sólo tienen que quitarle un poco de su tiempo tan valioso…
Me llevaron a su oficina, y se mostró muy amable: ¿qué es lo que el rab
desea saber?
Le dije: voy a explicarle.
Llaman a un doctor para una visita a domicilio. Llega y le dicen:
“Doctor, haga una receta para medicamentos”. Con seguridad, el doctor estará
muy extrañado y dirá: ¿dónde está el enfermo?, ¿qué es lo que siente?, ¿qué
enfermedad tiene?, ¿en qué estado está? Con esta información podrá recetar los
medicamentos.
Un grupo de personas detiene un taxi, suben, se acomodan, y le dicen al
conductor: “ya puedes conducir tu taxi”. Pero no puede conducir sin saber: ¿a
dónde?, ¿por qué camino?
En nuestro caso, han contratado a un conferencista, a un rab, para que
diga unas palabras. Sería bueno que me digan cuál es vuestra voluntad, o qué
esperan conseguir con mis palabras. Así yo sabré cómo enfocar mi conferencia,
de acuerdo a la finalidad que ustedes desean conseguir. Con la información
sabré qué decir…
Lo que le dije, parecía ser algo nuevo para él. Escuchó
con signos de interrogación. Pensó un poco, y me dijo: en verdad, no espero
nada de sus palabras…
Llegó mi turno para preguntar: ¿qué está queriendo decir?, ¿para qué me
han molestado, para nada?
Comenzó a explicarme: mire, estamos hablando de criminales, que están
pagando su deuda con la sociedad. Aquí, ellos no se arrepentirán de lo que han
hecho, tampoco mejorarán su conducta, sino todo lo contrario. Casi todos,
volverán a su vida de criminales. Pero, mientras tanto están aquí, y nosotros
debemos preocuparnos por sus vidas y por el tiempo libre que les queda. Un
amigo me dio la idea que invitarlo a que hable, escuchamos que usted es muy
divertido en sus conferencias…
¡Qué bueno! Un buen nombre viaja muy lejos. Un mal nombre, mucho más…
Intenté dar mi explicación: en mis disertaciones procuro transmitir un
mensaje, planteo preguntas y explico condiciones. Y, en general, endulzo las
palabras con alguna historia y un estudio. Pero lo que tú estás haciendo es
transformar lo secundario en principal: no tienes ningún mensaje para
transmitir a los presos, tu voluntad es solamente divertirlos, hacerles pasar
el rato. Muy bien, trata de buscar cuál es el mensaje que quieres
transmitirles, mientras tanto, yo me retiro…
Me levanté y comencé a caminar hacia la salida. Me siguió como para
acompañarme, y me dijo: busqué en las fuentes. En el iahadut no existen los
presidiarios, o gente de la cárcel. Sólo existe los que fueron condenados a
recibir latigazos o los condenados a muerte. Digamos, que somos “adelantados”.
Hemos anulado los castigos corporales, y los criminales pagan su deuda con la
sociedad, son llamados presidiarios.
Volví a sentarme. La
Guemara dice (Shabat 30b) que con respecto a las palabras de
Tora, debemos: responder al necio con su necedad y al sabio con su sabiduría (Mishle
26,5).
Le pregunté: supongamos un hombre que roba, ¿qué sucede si lo apresamos
y no tiene dinero para abonar lo que robó?
Decretamos sobre él algunos años de prisión…
Muy bien, continué, ¿qué sale de todo esto para el ladrón?, ¿recibe de
nuevo su dinero?
No.
Seguí con mis preguntas: y la esposa y los hijos del ladrón, ¿de qué se
alimentan mientras el marido está preso?
Levantó sus hombros. El sistema judicial no tiene que ocuparse de esas
cosas.
Bien, digamos que la esposa y los hijos no son asuntos de la justicia.
Hablemos ahora del ladrón, y sólo de él, ¿dejará de ser ladrón después de
cumplir su condena?
El encargado de la prisión comenzó a reírse a carcajadas. La prisión es
un invernadero de la delincuencia. El hombre que ingresa a prisión, si ingresó
por ser ladrón, saldrá como un “súper ladrón”. Aquí en la cárcel aprenderá
nuevas tácticas, adquirirá experiencia, y se perfeccionará en el robo.
Otra vez mi turno: ahora te voy a contar cómo es el castigo de acuerdo a
la Tora. Un hombre que robó, debe pagar el doble de lo robado, y algunas veces
deberá pagar, de acuerdo al tipo de robo, cuatro o cinco veces el valor de lo
robado. ¿Para qué? Para que le quede bien claro que no es conveniente hacer
cosas indebidas. Y si no tiene para pagar esa multa, tendrá que venderse como
esclavo, por haber robado. ¿Y quién está dispuesto a comprar a un ladrón y
convertirlo en su esclavo?, ¿quién puede poner a vivir a un ladrón en su casa?
Hay sólo una persona que puede hacer esto: la persona que tiene la voluntad
bien firme para enseñarle al ladrón el buen camino. Este hombre paga para
adquirir al esclavo y ese dinero se le entrega al ladrón. Además, proporcionará
el sustento a la esposa y a los hijos del ladrón. No durante un mes o un año,
sino durante seis años, en los cuales el ladrón será considerado un habitante
más de la casa.
Y hay todavía más: si el dueño de casa tiene sólo una almohada, se la
dará a su esclavo. Si tiene un pan blanco y un pan “negro”, le dará al esclavo
el pan blanco. De esa forma, el esclavo sentirá una eterna gratitud con el
dueño de casa, y esa será una parte de la educación que está recibiendo. Porque
al cabo de seis años, el ex-ladrón estará preparado para hacer una nueva vida,
alejado del robo, y estará consciente de que robando no llegará a ninguna
parte. ¡Este es el juicio al ladrón que hace la Tora!
Si han puesto en tus manos a este grupo de delincuentes, ¿qué quieres
hacer con ellos, enseñarles el buen camino o torcerlos más? Para eso estoy
aquí, para ayudarte…
Y me levanté…
Me dijo: entonces iré contigo, para ver cómo podemos trabajar juntos…
El resultado de esa entrevista fue el establecimiento de varios cursos
de Tora para los detenidos, clases y conferencias. Y además de la recompensa
propia de cada estudio de Tora, podremos fijar en sus mentes las virtudes de
una vida normal frente al modo de vida que ellos habían llevado hasta el
presente.
Y para
nosotros queda otro mensaje: ¡cuánto pueden hacer unas palabras!
Traducido del libro Vehigadta.
Leiluy Nishmat
Israel Ben Shloime z”l
Lea (Luisa) Bat Rosa Aleha Hashalom
Iemima Bat Abraham Avinu Aleha Hashalom
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