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בס"ד
MEDIO VASO DE TE DE UN
IEHUDI COMUN
“Salgan
de entre nuestro pueblo, porque se han hecho más poderosos que nosotros”
(Bereshit 26,16)
Aquí la Tora nos revela, dice el Jafetz Jaim,
de dónde proviene el odio que todos los pueblos sienten hacia el pueblo de
Israel. La causa de la envidia y el odio es porque nosotros somos “enormes” o poderosos, como dijo el faraón, el rey nuevo que se levantó sobre Egipto: es
un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros.
Lo mismo ocurrió aquí, Avimelej le dice a Itzjak Avinu
que se vaya, que salga de entre su pueblo, porque Itzjak y toda su gente son un
pueblo poderoso, y ellos no pueden soportar tenerlos delante, no pueden
soportar tener cerca a gente más poderosa.
Y este poder, se encuentra no sólo en el corazón de
los “grandes” rabanim, sino también en el corazón de todos los iehudim, hasta
en los más simples.
Algunas veces, nos toca cruzarnos con un
iehudi común, y muchas de estas veces nos cuesta tanto
creer, o no estamos siquiera dispuestos a creer, que esta persona tan simple,
sea poseedora de grandes y nobles cualidades. Su aspecto exterior muestra su
simpleza, y cómo podríamos pensar que un hombre así tenga la virtud de hacer
favores a otras personas, o que se cuide mucho en todos los aspectos de su
relación con sus semejantes, o por lo menos, en algunos aspectos que sólo
podrían ser percibidos por un gran hombre.
Contó el rab hagaon, rabi Itzjak Kahana un hecho
impresionante, sobre reb Tzion Sevid z”l, que vivió en “Ramat Pinkas”, muy
cerca de “Or Iehuda”, y por su mérito se estableció en el pueblo un gran Beit
Hakneset, donde se dictaban muchas clases de Tora. Y se puede decir, que todo
el despertar en arrepentimiento, todo el regreso a nuestras fuentes de “Or
Iehuda” que puede verse hoy, es el resultado del trabajo de reb Tzion, que
trabajó por y para la Tora cuando toda esa zona era todavía como un desierto.
Uno de los tantos y hermosos ejemplos que nos dio
este iehudi, fue el reparto de té a los concurrentes en una de las clases
centrales de Tora, que se dictaron durante muchos años en la ciudad de “Or
Iehuda”.
Reb Tzion pasaba entre los estudiantes, algunos
jóvenes, otros no tanto, con una enorme bandeja y sobre ella decenas de vasos
de té, ofreciéndolos a los presentes para que lo disfruten, y así tengan un poco
más de fuerza para escuchar las palabras de quien dictaba la clase.
Ese trabajo, el reparto de té, lo hacía con
alegría, sabiendo que era de utilidad para la gente, y lo cumplió todos los
días, durante muchos años.
Pero, había algo extraño en su proceder que
despertaba preguntas a todas las personas que asistían a las clases.
Y aunque la duda era muy grande, nadie se atrevía a preguntarle sobre eso a reb Tzion. Los vasos
de té no estaban llenos, el té nunca pasaba de la mitad del vaso. Y también, la
persona que estaba muy sedienta, estaba obligada a conformarse con medio vaso
de té…
Entre los estudiantes, hubo algunos que llegaron a
pensar que el hombre que repartía el té era un iehudi amarrete. Bien, podemos
decir que era un hombre de favor, que con su reparto de té, que hacía
voluntariamente, hacía favores a muchas personas, pero tenía esa mala virtud,
la avaricia, y no podía desprenderse de ella, un mal que lo perseguía, y por
eso, los vasos de té llegaban sólo hasta la mitad. Así pensaban algunos...
Y había otros que no sólo pensaban que era un
iehudi miserable, sino que decían cosas mucho más desagradables.
De una forma o de otra, todo esto no obraba para
nada a su favor.
Hace un tiempo, prosigue su relato el rab Kahana,
me encontré con el hijo de reb Tzion, y él me pidió que prepare mis oídos para
escuchar algo importante, quería contarme un secreto de la vida de su padre…
Un tiempo antes de que su padre falleciera, hubo un
día en el que no podía llegar a tiempo a la clase de Tora. Por eso, decidí que
sería bueno, y de seguro él lo aceptaría, reemplazarlo en el reparto de los
vasos de té. Desde luego, que esta vez llené los vasos hasta el máximo, y los
puse todos sobre la gran bandeja. Ya estaba todo preparado para salir a
repartir los vasos de té…
Exactamente en ese instante llega mi papá. Reb Tzion miró los vasos, y su rostro mostraba mucha disconformidad. El
tomó la bandeja, y de cada vaso volcó la mitad. Ahora sí, podía comenzar el
reparto de los vasos de té.
Yo también, contaba el hijo, estaba extrañado por
su comportamiento, y siempre me preguntaba por qué papá repartía sólo medio
vaso de té, y no un vaso entero. Pero, al igual que todos, nunca le pregunté
sobre eso.
Aunque esta vez, tenía derecho a preguntar, ya que
los vasos estaban llenos desde un principio, y él se ocupó de vaciar uno por
uno.
Supe que esta era la oportunidad para preguntarle,
una oportunidad que tal vez no se repetiría, y le pregunté, con mucho respeto,
por qué tenía esa costumbre, sabiendo que eso le provocaba, en algunos casos,
mucha vergüenza o desprecio.
La respuesta que reb Tzion le dio a su
hijo, tiene que enseñarnos un capítulo
completo de lo que significa el valor y la importancia de cada iehudi, a pesar
de que a simple vista se vea como un iehudi común.
Y así dijo reb Tzion a su hijo: con seguridad, tú
conoces a fulano y a mengano (nombrando a dos de los concurrentes más antiguos
y constantes en la clase).
El hijo contestó que los conocía bien, y el justo
padre continuó:
Por cuanto que las manos de estos dos iehudim
suelen temblar, yo sabía que si les sirvo a todas las personas vasos llenos de
té, cuando el vaso llegue a las manos de estos dos hombres, comenzaremos con
los problemas…
El té caliente puede volcarse en sus manos y
producirle quemaduras o dolores. Pero también puede volcarse sobre sus ropas, y
eso les causaría otra cuota de vergüenza…
Esto me hizo decidir que en lugar de que ellos se
avergüencen, que la vergüenza la sufra yo mismo, repartiendo solamente medio
vaso de té, y así evitar que estas dos personas pasen vergüenza con el temblor
de sus manos.
Y Hakadosh Baruj Hu hizo hoy para mí un gran
milagro, permitiendo que llegue a tiempo, pudiendo evitar que tú hagas el
reparto de los vasos de té completos, y quién sabe qué molestias habría causado
a estos dos buenos hombres…
Esto es un iehudi simple… y vemos que está tan lleno de virtudes…
Y deberíamos pensar, ¡cuántas veces juzgamos para
mal cuando no hay nada, cuando no existe el motivo para hacerlo!…
Y cómo Hakadosh Baruj Hu nos puede mostrar, no sólo
que aquí no hay nada malo, sino que además, tenemos mucho que aprender de
personas que no nos despiertan ninguna buena impresión… Tenemos tanto por
aprender…
Traducido del libro Barji Nafshi.
Leiluy Nishmat
Israel Ben Shloime z”l
Lea (Luisa) Bat Rosa Aleha Hashalom
Iemima Bat Abraham Avinu Aleha Hashalom
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