Rav Salomón Michan
Vida Judía

EL MÉRITO DE LA MUJER JUDÍA

Deborá Eshet Lapidot Deborá HaNebiá, “la profetisa”, fue llamada también Eshet Lapidot, que significa “la Mujer de las Luces”. Ella condujo al pueblo de retorno a la Torá y a las Mitzvot después de la muerte de Yehoshúa. Ade
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Deborá Eshet Lapidot

Deborá HaNebiá, “la profetisa”, fue llamada también Eshet Lapidot, que significa “la Mujer de las Luces”. Ella condujo al pueblo de retorno a la Torá y a las Mitzvot después de la muerte de Yehoshúa. Además, contribuyó a la derrota del ejército de Siserá de Yuvín, que oprimió a los Yehudim en aquella época, por consecuencia de que se habían alejado del servicio Divino. A Deborá la llamaron “Eshet Lapidot” debido a que ella, al ver que su esposo era un hombre simple y piadoso, pero incapaz de aprender Torá, quiso buscar méritos para él y para su familia.

¿Qué hacía? Se sentaba bajo la sombra de una palmera y allí preparaba con devoción las mechas que serían utilizadas en la Menorá del Mishkán. Retorcía las hebras entre sus dedos con dedicación y alegría, mientras pronunciaba plegarias y alabanzas al Creador. Una vez que terminaba las mechas, las entregaba a su esposo para que las llevara al Mishkán. Hashem declaró: “Tú quieres incrementar la luz de Mi casa; a cambio, Yo incrementaré tu luz, hasta que seas famosa en todo Yehudá e Israel”. Deborá mereció recibir inspiración Divina y fue conocida como una de las siete mujeres a lo largo de la historia judía que recibieron el don de la profecía. Aun después de la derrota de Siserá, Deborá continuó guiando al pueblo y juzgándolo por muchos años... “Sentada bajo la misma palmera en la que una vez fabricó mechas para la Menorá”.

¿Cómo se inició la Yeshibá Ponovitch?

La Yeshibat Ponovitch es una de las Yeshibot más reconocidas de donde salieron muchos Grandes Rabanim. Hasta la fecha sigue siendo una de las instituciones más grandes y sobresalientes del mundo. Rab Yosef Shelomó Caaneman contó cómo fue que tuvo el mérito de construir la Yeshibá, y cuál fue la “piedra fundamental” de la misma: Un abrigo viejo y un par de guantes. Y relató una muy conmovedora historia de su niñez:

En una de las noches frías de invierno, en la aldea donde vivíamos, cuando el viento y el frío, acompañados por una fuerte nevada, penetraba en las casas de los habitantes, la madre de los seis pequeños niños de la familia Caaneman, muy preocupada, pensaba cuál de todos sus hijos tendría el mérito de ir al colegio al día siguiente, ya que en la casa había sólo un abrigo y un par de guantes, debido a la pobreza que sufrían. Después de llegar a la conclusión de que la Torá era de todos, y que desde el más grande hasta el más pequeño eran muy importantes, decidió levantar a sus hijos de madrugada, uno a la vez, y así los fue llevando, uno por uno, hasta el Talmud Torá. Todos usaron el mismo abrigo y el mismo par de guantes. Ella fue y vino en esa madrugada doce veces, seis de ida y seis de vuelta, pero todos participaron del Shiur de Torá, en el horario correspondiente.

La entrega de una madre por el estudio de Torá de sus hijos fue lo que incentivó a Rab Shelomó Caaneman para construir la Yeshibá en los momentos más difíciles, cuando nadie apostaba por el futuro que hoy conocemos.

Similarmente, cuando las madres de Israel dedican su amor, su paciencia y su entrega a la fabricación de las “mechas”, que son los niños que en el futuro portarán la luz y harán alumbrar con su Torá al mundo entero, lo hacen debajo de la “sombra de la palmera”, dentro de su hogar, cuidando que el aceite se mantenga puro de la contaminación moral que impera en las calles.

El Merito de la mujer

Cuentan que Rab Yosef Jaim Zonenfeld le decía a su mujer:

Gracias a ti también yo llegaré al Gán Eden. Estoy seguro que cuando tú llegues al Cielo te preguntarán: –¿Qué hiciste de bueno en tu vida? Y les responderás que siempre te dedicaste a atender y ayudar a tu esposo a quien creías un Talmid Jajam. Allí te cuestionarán: –¿Quién te dijo que eso es un Talmid Jajam? Tú les explicarás que una mujer simple y sencilla no tiene la capacidad de determinarlo, pero si todos indican que lo era, ¿por qué dudarlo? El tribunal aceptará tu argumento y te darán un lugar privilegiado. En cuanto a mí, Yosef Jaim, ¿Qué tengo para decir? Serás tú nuevamente la que me ayudará, reclamando: –¿Qué clase de privilegio es estar aquí si no me acompaña mi esposo? A eso me refiero cuando digo que gracias a ti estaré en el Gán Eden.



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