He aquí dos historias reales acerca del holocausto provocado por los nazis.
La primera trata de un judío que tenía contactos con los jefes de uno de los campos de concentración, de modo que los sobornó para que cuando llegase la orden de llevarse a los niños judíos de su ciudad a las cámaras de gas, le dejasen a su hijo. Gracias a la gran suma de dinero ofrecida, los S.S. aceptaron.
Pero a pesar de que al comienzo este judío estaba seguro de estar haciendo lo correcto, después decidió acercarse a su Rab para conocer su parecer. El Rab le respondió que hay una mitzvá de rescatar a los judíos de mano de los incircuncisos, y más aún si se trata de un hijo, por lo tanto el Rab le dijo que no entendía cuál era su duda.
Entonces este judío le explicó al Rab que los alemanes eran, como sabemos, personas cerradas y sistemáticas a la hora de realizar cualquier empresa. Puesto que en cada vagón podían llevar doscientos niños, si su hijo no entraba en ese grupo, no era difícil adivinar que otro niño iría en su lugar. La pregunta era si está permitido, para salvar a su hijo, sacrificar a otro niño judío.
El Rab optó por no responderle; temía que el hombre no comprendiera o aceptara su respuesta, dado lo cual le pidió que se fuera. Pero este judío razonó que si el Rab no le dijo explícitamente que está permitido, eso significa que está prohibido. Entonces, se acercó al jefe del campo y le dijo que a pesar del arreglo que tenían, él se arrepentió, y si su intención era llevarse a su hijo, él no se opondría.
Al día siguiente los nazis se llevaron una gran cantidad de niños, e Itzjak, el hijo del hombre, se encontraba entre ellos.
Con todo el dolor del mundo, pero sabiendo que hizo lo correcto, este judío fue a lo del Rab y le dijo: “Abraham Abinu estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo; yo también. Pero hay una diferencia. Abraham finalmente regresó con su hijo Itzjak, sin embargo, mi Itzjak no regresará”.
La segunda historia trata del Rab Eljanan Wasserman, de feliz memoria, y sus alumnos.
Camino de las cámaras, uno de éstos se acercó y le preguntó: “¡Rebe! ¡Pocos minutos y moriremos santificando el Nombre de D”s, nos matan por ser judíos! Pero antes de cumplir una mitzvá de la Torá, recitamos una bendición. ¿Cuál debemos decir ahora?”.
Estas dos historias, al igual que todas las que hemos escuchado sobre el tema, nos suenan como irreales. Pero desgraciadamente no lo son. Con frecuencia nos preguntamos: ¿Cómo tuvieron la fuerza interna para tartar de encontrar, en tales trances, el proceder correcto? ¿Acaso no eran concientes de lo que ocurría? ¿Cómo puede el hombre apegarse tanto a D”s?...
La respuesta: el secreto de tal grandeza está al comienzo de nuestra parashá: “Kedoshim Tihiú Ki Kadosh Aní, santos serán pues Santo Soy” (Vaikrá 19.2).
Pero ¿qué es la santidad? Si le preguntáramos a alguien cómo definiría a una persona santa, nos respondería que santo es quien se aleja de los placeres materiales y mundanos y vive una vida pura y espiritual, ignorante de lo que ocurre a su alrededor. Es decir, cuanto más alejado de lo material, más santo se es.
Sin embargo, ¡la Torá tiene una perspectiva totalmente opuesta!
El Rab Shimshón Refael Hirsch, z”l, explica el término santo de la siguiente manera:
“La santidad se adquiere a través del autocontrol. Es decir, de estar siempre predispuesto y preparado para hacer la voluntad Divina.
El autocontrol que puede ejercer la persona sobre sí misma es la facultad suprema que nos entregó el Creador. No es abandonar, arruinar, matar o destruir algunas características de su capacidad o potencial. Todo el potencial y la capacidad que le fueron entregados al ser humano, tanto los espirituales como los materiales, no tienen inclinación ni para el bien ni para el mal. Fueron entregados con finalidades elevadas, que son la voluntad Divina.
La Torá nos pone una meta positiva, y un límite negativo. Sirviendo a esa meta y manteniéndonos dentro del límite, todo lo que hacemos es santo y bueno. Pero cuando la persona se desvía y sobrepasa el límite, ya entra en el terreno del mal.
En todo caso, la adquisición del autocontrol depende de la fuerza de costumbre. Hay que sobreponer la fuerza de la ética a los deseos que la contradicen. Ésta es la verdadera definición de santidad...”. Hasta aquí escribe el Rab Hirsch.
La santidad no se opone al desarrollo de la personalidad ni mucho menos a una vida llena de placeres, tanto espirituales como materiales. Según el judaismo, santidad quiere decir vivir dentro del marco de lo permitido por la Torá. Esto no significa que estemos obligados a hacer todo lo que está permitido, pero si significa que incluso cuando lo hacemos, ya nos consideramos santos, pues estamos viviendo como el Santo, bendito Él, lo permite.
La única manera de alcanzar la santidad es mediante la práctica del autocontrol. Pero nadie puede llegar de un momento a otro a un completo autocontrol en todas las áreas de la vida. No obstante, preciso es comenzar. Se puede intentar hacerlo poniéndolo en práctica en las cosas pequeñas, donde el deseo no es tan grande. De esta manera la persona adquiere una conducta, y en base a ella encamina toda su vida con la finalidad de cumplir con la voluntad Divina, aspirando siempre a la santidad.
Y ahora, en virtud de esta nueva concepción del termino santo, podemos entender cómo aquellos judíos, durante el holocausto, lograron tal apego a D”s. No llegaron a ese nivel en un instante, como resultado de la desesperación, de un destino que no estaba en sus manos y porque no les quedaba ya más alternativa que actuar de tal forma. No. A pesar de la terrible realidad, a pesar del dolor, cumplieron con la voluntad Divina porque precisamente durante toda la vida se instruyeron en el autocontrol.
La persona que tiene por costumbre comportarse con grandeza frente a las pequeñas cosas de la vida, sabrá hacerlo también al enfrentarse a las grandes decisiones, por más duras que sean, cumpliendo siempre la voluntad Divina. Así estaremos aplicado lo que dice: ”Santos serán”.